Por el Lic. Aldo M. Abram
La Presidente festejó el aumento del superávit comercial en el primer trimestre del año, que contradijo las expectativas de algunos agoreros que pensaban que la baja de las exportaciones forzaría una reducción de dicho resultado. Para entender por qué esas predicciones estuvieron equivocadas, podemos utilizar un ejemplo de nuestra realidad individual.
Si una persona empieza a tener incertidumbre sobre su empleo y/o sus ingresos futuros, probablemente ahorre más. Supongamos que antes no lo hacía; por lo que ganaba y gastaba $ 2.000 por mes. Ahora, por miedo a cómo le irá hacia adelante, decide ahorrar $ 200 y, con el mismo ingreso, podrá gastar $ 1.800 mensuales. Es decir, su superávit comercial (exceso de ventas sobre sus compras a otros individuos) será de $ 200. Si luego va al trabajo y su jefe le dice que, dada la difícil situación económica, le bajará el sueldo en $ 100, probablemente su temor a perder el empleo se incremente y decida ahorrar más para enfrentar esa eventualidad, supongamos que son $ 300. Como resultado su gasto deberá restringirse a $ 1.600 por mes ($ 1.900 – $ 300). Es decir que, a pesar de la baja del valor de sus ventas externas (sueldo), su superávit comercial aumentará a $ 300 y la variable de ajuste será una disminución mayor de sus compras a terceros.
Esto es lo que está pasando actualmente en la Argentina con el incremento de la fuga de capitales. La gente ahorra más (es decir, bajan el consumo y la inversión) y saca sus depósitos de los bancos (desfinancia la economía) para comprar divisas que manda al exterior o mete en el fondo de una caja de seguridad o armario. Por lo tanto, la caída de la demanda interna genera tendencias recesivas y, en conjunto, incentiva una disminución de las importaciones que proveerá las divisas a fugar. Por eso, cuanto menos exportemos, mayor será el ajuste a la baja de nuestras compras al exterior y, por ende, el del nivel de actividad. En consecuencia, si se consolida la tendencia al aumento del superávit comercial, no será precisamente una noticia para festejar; ya que estará reflejando una profundización de la recesión.
También, muchos economistas se equivocaron cuando, en el tercer trimestre de 2008, Brasil permitió una fuerte depreciación de su moneda. En la Argentina, se multiplicaron las voces advirtiendo que esto implicaría una inundación de importaciones de ese origen y, por ende, aumentaría el saldo negativo de nuestro comercio bilateral. Entonces, nadie explicó por qué durante los años anteriores, cuando caía el tipo de cambio en Brasil y acá aumentaba el valor del dólar, los argentinos no «invadimos» con nuestros productos el mercado brasileño y ellos siguieron incrementando sus ventas a nuestro país.
Como era de esperarse, en los últimos meses, las importaciones desde Brasil cayeron más que las ventas locales a dicho país e, incluso, en marzo y abril no sólo no tuvimos déficit, sino un ligero superávit. Simplemente, esto se debe a que lo que uno puede venderle a otro depende de su disponibilidad y disposición al gasto.
Por ello, como desde 2003 la Argentina estuvo creciendo, importamos mucho del resto del mundo. En tanto, en los últimos años, el déficit comercial con Brasil tendió a aumentar cuando la evolución de la economía de nuestro vecino no le permitía incrementar lo suficientemente rápido sus compras y empezó a disminuir cuando su nivel de crecimiento se aceleró y empezaron a adquirir mucho más a los productores argentinos y de otras naciones. Ahora, la caída del nivel de actividad argentino es más fuerte que la de Brasil; lo que hace que nuestras importaciones se reduzcan más que las compras de ellos a nuestros fabricantes. Conclusión: el déficit comercial con los brasileños tiende a reducirse y continuará haciéndolo en la medida que la situación relativa de las economías no cambie.
Por supuesto, esto incentiva las quejas de algunos ineficientes industriales argentinos que, como no pueden o no quieren competir sobre la base del esfuerzo e inversión propia, pretenden que los protejan y, así, ganar plata cobrándoles más caro a los consumidores de sus bienes. Para ello, qué mejor que reclamar que es mejor que el comercio bilateral con Brasil sea equilibrado. Un argumento que es fácil demostrar que no tiene sentido.
Nuevamente, utilicemos un ejemplo personal. Cualquier familia obtiene sus ingresos vendiendo a quienes mejor les paguen sus servicios o producción de bienes y, luego, adquiere lo que necesita en donde encuentra que está más barato. Sería un milagro que coincidieran los demandantes y a quienes compra dicha familia, de tal forma que adquiera a cada uno de ellos el mismo monto que les vende. Entonces, ¿por qué debería suceder eso con un país? Lo lógico es que la Argentina venda sus productos a quienes mejor se los coticen y, con esas divisas, le compre lo que necesita a quien le provea más barato.
Ahora, si consideráramos cierto que lo mejor es tener equilibrio comercial con Brasil, ¿entonces debería ser bueno equilibrar el comercio con todos los demás países con los que tenemos resultado positivo? (De hecho, la Argentina tiene superávit con el mundo). Seguramente, los mismos industriales que reclaman lo primero pondrían el grito en el cielo si proponemos lo segundo. El punto, como demostramos, es que ambas afirmaciones no tienen ningún sentido.
Por lo tanto, a Brasil le importamos productos industriales, que nos venden barato y, como lo que vendemos al exterior tiene menos demanda allá, eso puede implicar que el saldo comercial bilateral sea negativo para la Argentina. Sin embargo, con otros países o regiones pasa exactamente lo contrario, y eso nos permite contar con las divisas para pagarles a los brasileños lo que necesitamos.